Merle Reivich en su estudio.
México no recompensará nunca, del todo, a esta maravillosa artista de origen norteamericano, quien por más de 50 años ha consagrado su sensibilidad y talento a difundir por todo el mundo sus tradiciones ancestrales. A la fecha existe, a mi juicio, una deuda enorme con ella porque aún no se le reconoce, como merece, su valía y perseverancia. A lo largo de más de tres décadas de carrera profesional como promotor de arte, no he conocido a nadie de su estilo que haya recorrido la geografía nacional para documentar cientos de años de historia de pueblitos y regiones humildes de este país. Su obra es un auténtico gozo para el que ama el arte: su laboriosa ingenuidad, tierna y delicada para los sentidos, deja en el espectador de todas las edades esa paz de espíritu que tan sólo consiguen hacerlo las almas que trascienden.
Su testimonio lo dice todo:
“Busco mostrarle al mundo en mis lienzos y, especialmente, a las futuras generaciones -afirma la artista- la belleza de las tradiciones de este país, la alegría de sus fiestas y el mágico color de sus vestidos. Lo hago así, porque considero que el pueblo mexicano debe sentirse orgulloso de las costumbres de sus antepasados”.